Sobre redescubrirse

En mi último mes en San Francisco,  se presentó Ricardo Arjona en una arena que quedaba muy cerca de mi casa. Desde que era chiquita Arjona me gustaba mucho, un artista no muy popular en mi gremio, entonces digamos que era una fan medio enclosetada. 

En tantas vueltas que di por el mundo, solo logré coincidir con él dos veces: la primera vez en Caracas, uno de los primeros conciertos que fui con el que era mi esposo, y luego esa vez en San Francisco, unos pocos días antes de regresar a Caracas. Ahora que lo veo en perspectiva,  quizás era el cierre de un círculo que había comenzado en Caracas y terminaba  en San Francisco. 

A este concierto me acompañó Kathy, que fue lo más lindo que me dejó San Francisco. Una amiga que hice por la magia de las redes sociales y que, sin conocerme mucho, me abrió las puertas de su casa una Navidad que no tenía con quien celebrar. Yo a Kathy siempre la voy a querer y estoy segura que ella no sabe todo lo que hizo por mí en ese poco tiempo que vivimos en la misma ciudad. Esa noche fuimos a comer pizzas y caminamos por San Francisco antes del concierto; más tarde cantamos, mejor dicho gritamos  todas las canciones, lloramos y nos reímos juntas.

Ya tenía casi todo listo  para irme; pero no paraba de preguntarme, en medio del pánico ¿quién era yo, si ya no iba a ser  la esposa de Miguel? No recordaba mi vida antes de eso, habían sido muchos años años y muchas vidas en esos años. Más del 50% de mis fotos del celular eran con él, las vacaciones, las navidades, los planes y lo más doloroso de perder: los sueños pasados y futuros.  

Ojo, no me malinterpreten, yo siempre tuve una vida propia y estoy muy orgullosa de eso. Construí una empresa, un equipo, una comunidad. Viaje por el mundo sola dando conferencias, tomé miles de aviones, pasé muchas migraciones con mi pasaporte venezolano, perdí equipajes, vuelos, aprendí idiomas… menos alemán, porque ese es muy difícil, y aproveché todo las oportunidades que me dio la vida y, al César lo que es del César, las oportunidades que me dio Miguel.

Ese día, en medio del concierto, me acordé que ahí, bajo de todos esos años, había alguien. Una persona que se sabía todas las canciones de Arjona y que las cantaba a gritos; alguien que quería volver a Caracas, aunque eso para cualquiera fuera una locura. Alguien que era capaz de hacer amigos de la nada y una mujer que estaba dispuesta a dejarlo todo por ser fiel a sí misma, así le costara el mundo que conocía.  

No ha sido tan fácil. Ha sido un proceso durísimo, pero seguí cantando Arjona y Alejandro Sanz, seguí leyendo todo lo que se me atraviesa como si no hubiera mañana, seguí haciendo conexiones profundas con la gente, seguí disfrutando mucho vestirme y jugar a las muñecas conmigo misma, seguí trabajando con la misma pasión y disciplina porque creo mucho en lo que hago  y sigo amando ver El Ávila todos los días. Esa Dani sigue estando ahí y mientras escribo esto, sentada en mi nueva cocina, escucho Arjona y obviamente lloro.

Hace poco encontré esta foto, que es una de mis fotos favoritas del mundo, tenía 24 años y era la primera vez que iba a Grecia.  Estaba en el Partenón y el viento me levantó una falda cortísima que usaba en esos tiempos. Era verano y yo  estaba tan feliz, tenía tanta ilusión por la vida que iba a venir, tantas ganas de vivirla, tanta esperanza. Y aunque no soy ni de cerca esa niña que usaba micro faldas y creía que todo iba a salir bien, sé que la esencia sigue siendo la misma, con algunos pedazos rotos. 

Sé que aunque sienta que perdí toda mi vida, me quedé conmigo (como me dice Carla, al menos una vez a la semana), con mi fuerza y esa fuerza me ayuda a levantarme todos los días y creer que este día va a ser mejor que el anterior. 

Gracias a Arjona y a Kathy, que sin querer me recordaron ese día, que antes de todo ese tiempo había  alguien que había que redescubrir. 

Siguiente
Siguiente

Sobre volver a casa